Madrigal Triste
I
¿Qué me importa que sabia seas?
¡Sé bella, y sé triste! Los lloros
añaden al rostro un encanto,
como al paisaje hacen los ríos;
la tormenta aviva las flores.
Te amo más cuando la alegría
de tu frente abatida huye;
y en horror tu pecho se ahoga;
y en tu presente se despliega
la nube horrible del pasado.
Te amo cuando tus ojos vierten
agua caliente cual la sangre;
cuando, aunque te acune mi mano,
tu angustia, muy densa, taladra
cual estertor agonizante.
Yo aspiro, ¡divino deleite!
¡himno profundo, delicioso!
el gemir todo de tu pecho;
¡tu corazón creo que alumbran
las perlas que tus ojos vierten!
II
Sé que tu pecho, que rebosa
viejos amores desgajados,
llamen aún como una fragua,
y que abrigas bajo tu seno
algo de orgullo demoníaco;
mas, querida, mientras tus sueños
el Hades no hayan reflejado,
y que pesadilla sin tregua,
soñando espadas y venenos,
de hierro y polvo enamorada,
abriendo a todos con temor,
en todo viendo la desdicha,
convulsa cuando dan las horas,
no hayas sentido los brazos
del Asco siempre irresistible,
tú no podrás, mi esclava reina
que sólo me amas con espanto,
en la malsana noche horrible
decirme a gritos desde tu alma:
«¡Yo soy tu igual, oh, tú, mi Rey!»
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